En una edición en la que LeMond aspiraba a luchar por su cuarto amarillo en París ante otros favoritos como Bugno, Breukink o Chiappucci, el navarro sorprendió con un triunfo que cambiaría para siempre el ciclismo español.
Con el cambio de década los organizadores del Tour de Francia miraban al futuro en busca de un nuevo tipo de campeón, más completo, capaz de brillar tanto en la contrarreloj como en la alta montaña, por lo que en 1991 idearon un trazado que se consideraba más suavizado que en ediciones anteriores.
La primera mitad de la carrera daría protagonismo a la lucha contra el crono con el prólogo, una contrarreloj por equipos y una individual de 73 kilómetros, insertadas entre etapas llanas, para luego dar paso a los Pirineos y los Alpes, aunque la guinda antes de París la pondría otra crono individual de 57 kilómetros.
El estadounidense Greg LeMond, del Z, partía como hombre a batir tras conquistar las ediciones de 1986, 1989 y 1990, aunque jugaba a confundir a sus rivales con su costumbre de no dejarse ver demasiado en las carreras previas para primar el entrenamiento y mostrando una actitud enigmática sobre su estado de forma.
De lo que no había duda es que era el hombre del momento, un años después de ganar con solvencia su segundo Tour consecutivo. La época de los veteranos Laurent Fignon, Pedro Delgado y Stephen Roche iniciaba su ocaso, al tiempo que ciclistas más jóvenes como los italianos Gianni Bugno y Claudio Chiappucci o el holandés Erik Breukink todavía tenían que demostrar su capacidad para no flaquear ningún día de las tres semanas de carrera.
Bugno ya había ganado el Giro de Italia en 1990 a los 26 años, aunque en el 91 se había quedado fuera de un podio donde sí entró Chiappucci como segundo clasificado, el mismo puesto que firmó en el Tour del 90 por delante de Breukink, quien dos años antes había ganado la clasificación de los jóvenes.
En 1991 se sabía que Perico había iniciado su declive. Un año antes se había quedado fuera del podio parisino al que sí había subido en las tres ediciones anteriores, incluyendo su conquista del 88, pero todavía ejercía de referente en el Banesto.
El director del equipo, José Miguel Echávarri, sabía que Miguel Indurain podía ser el sucesor del segoviano, ya que se encontraba en pleno ascenso: decimoséptimo en el 89 con victoria en Cauterets y décimo en el 90 con triunfo en Luz Ardiden.
Pero Echávarri también contaba con la baza francesa de Jean-François Bernard, tercero en el Tour del 87, por lo que la edición del 91 la planteaba como de transición y su estrategia era que la carrera decidiese al líder del equipo.
LeMond y Breukink se habían erigido en los dos principales aspirantes durante la primera semana, pero la contrarreloj de 73 kilómetros situó a Indurain en el candelero al imponerse al americano por ocho segundos y firmar su primera victoria en esta especialidad, lo que le permitió ascender a la cuarta plaza de la general.
Sin embargo, LeMond seguía siendo el gran favorito al ponerse líder y ampliar en más de un minuto su ventaja sobre Breukink. Perico, Bugno y Chiappucci quedaban prácticamente descartados y parecía poco probable que Indurain pudiera dar en la montaña un vuelco a sus más de dos minutos de desventaja sobre LeMond. Además, la prensa francesa presionaba para que Echávarri le diera el liderazgo del equipo a Bernard, quinto en la general.
Portalet y Aubisque, los dos puertos iniciales de la segunda jornada pirenaica, considerada la etapa reina por su enorme dureza, ya habían hecho una primera criba que aumentaría en el Tourmalet con los ataques de Chiappucci, aunque fue en el descenso donde Indurain empezó a ampliar de verdad su ventaja respecto a un LeMond que precisamente confiaba en su propia destreza para recortar distancias.
Todavía quedaban los ascensos al Aspin y Val Louron, donde LeMond acabó hundiéndose hasta cruzar la meta a más de siete minutos de Chiappucci e Indurain, con Bugno tercero a un minuto y medio. El español se ponía líder y ahora los dos italianos aparecían como sus principales rivales, pero ninguno de los dos logró recortar distancias en los Alpes.
Todavía hubo tiempo para otra demostración de superioridad de Indurain, quien se impuso a Bugno en la contrarreloj de la víspera al podio de París, donde aquel 28 de julio Indurain lució el maillot amarillo con una ventaja de 3' 36" sobre el italiano del Gatorade-Chateau d'Ax y a 5' 56" de su compatriota Chiappucci. Un nuevo reinado acababa de comenzar.
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